"DE SEIS A OCHO" (Cuaderno Literario de La Tertulia Literaria de Guardamar)

domingo, 29 de noviembre de 2015

"EL ESPINO DEL PÁRAMO", RELATO DE LEO NISTAL DE LA TERTULIA LITERARIA DE GUARDAMAR. PUBLICADO POR EL PERIÓDICO GUARDAMAR DIGITAL (04-11-2015)


EL ESPINO DEL PÁRAMO                                                           Leo Nistal



Había una vez un espino en una pequeña loma que separaba dos valles nada profundos en un páramo llano, que por alguna razón nació y creció durante cientos de años y nunca se conoció su edad.
         Lo descubrí en mi niñez. Fue en otoño, una tarde de cielo claro cuando ya las montañas leonesas tenían corona blanca y corría en la llanura un poco el viento helador. No le quedaba ninguna hoja, sólo unas duras y largas espinas en sus tallos color lagartija.
         Nunca  pude explicarme el motivo de su nacimiento en aquel paraje, pues en la primavera las pocas hierbas que nacían cerca del espino a duras penas duraban un solo día, tal era la pobreza del terruño.
         En el momento de su plenitud dicho espino tenía unas hojas llamadas “lengua de pajarito” que se pegaban al tallo y sus brotes eran del tamaño de un botón de camisa. Todas las plantas y los insectos parecían separarse de él, las hormigas fabricaban sus cuevas un poco alejadas y nunca se supo que algún pájaro anidara en su cercanía, hasta a las urracas  jamás se las escuchó graznar cuando  volaban por encima de él.
         Una mañana, al amanecer, cuando un rebaño de ovejas deambulaba por allí, el pastor encontró gotas de sangre alrededor del espino. Largo rato estuvo pensando, pues por aquella parte del páramo hacía días que no venía nadie, tan sólo las ovejas y él, camino del redil.
         ─Esta sangre parece fresca, pensó. Tengo que averiguar lo que ocurre, esto ya lo he visto otras veces.
         Transcurría el tiempo y el pastor seguía en su incertidumbre. Una noche en la que esperaba el parto de unas ovejas, decidió quedarse a dormir en la majada. Avanzada la noche despertó al sonar de las cencerras de sus ovejas, éstas se movían inquietas. Se arrebujó bien en la capa y salió para ver qué pasaba.
 En el silencio de la noche se escuchaban unos lamentos  hacia donde estaba el espino y de aquella parte llegaba un olor a azufre. Temeroso, entró en el redil y nuevamente se envolvió en su capa para dormir.
A la mañana siguiente pasó con su ganado junto al espino y observó cómo esta vez la sangre estaba aún más fresca y las púas del espino tenían restos de piel y pelos  ensangrentados.
El pastor lo contó a su familia y ellos creyeron que había soñado, pues el hombre tenía poca fama de sabio...
Pasado un cuarto de siglo uno de sus vástagos recordó aquella historia. El pastor había muerto y su rebaño desapareció. Ya no quedaba en pie ni siquiera el redil que habían fabricado de piedras y tierra. Un atardecer de verano el hijo del pastor caminó por el campo en busca de aquella historia almacenada en su recuerdo.
El espino estaba en el mismo sitio, había crecido muy poco. Seguía enseñando sus duras espinas amenazantes. Ahora estaba seco porque era el final del verano y el hombre observó cómo  estaba ligeramente inclinado hacia el sur por el castigo de los vientos del norte que soplan en el páramo.
Azuzado por la curiosidad, estudió la manera de vigilar durante unas cuantas noches bien envuelto en una manta. Lo que contempló le dejó pasmado.
Al rayar la media noche notó un fuerte olor a azufre y vio unos ojos fosforescentes brillar en la oscuridad. En aquella soledad observó temeroso cómo el demonio del páramo visitaba el espino para martirizar su conciencia, su espíritu y sus carnes, por no haber sido durante los últimos tiempos tan malo como debiera y pagarlo con su sangre y su piel sin una sola queja. Él regaba el espino con su sangre y con los sudores que los pinchazos de sus espinas le costaban.


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