Publicado el 23-09-2015
Claudio y Víctor eran amigos desde el instituto. Quizás las razones
primeras de esta amistad fueron la pasión de ambos por la abogacía. El intercambio
de ideas, los libros leídos juntos y las largas conversaciones fueron
estrechando sus lazos de amistad. La mayor dificultad era para Claudio. No tan
brillante como su amigo, tenía muchas veces que hacerse ayudar por este para
salir adelante.
Víctor siempre hizo honor a
su nombre, porque en todas las asignaturas sus notas resultaban brillantes. Sus
triunfos fueron mucho más allá de la universidad, porque poco tiempo después de
graduarse comenzó a trabajar en un gabinete de prestigio en La Habana.
Claudio tuvo dificultades con la tesis de
grado y no obtuvo el diploma hasta el año siguiente. Su amigo lo apoyó, no solo
moralmente sino también en el desarrollo de la tesis. Le dio buenas ideas para
la misma y hasta alguna que otra vez
trabajaron juntos en la redacción.
Estos gestos de amistad sincera hicieron
los lazos de ambos más fuertes aún. A veces Víctor bromeaba con su amigo y, en
lugar de Claudio, lo llamaba “Caudillo”. Si los camaradas lo rectificaban
diciéndole “querrás decir Claudillo”. Víctor les respondía:
–No, es porque no le conocen bien. A este
no se le puede chiquear el nombre. Al contrario, si le digo caudillo es porque
se bate como un verdadero jefe. Siempre sale victorioso, sobre todo con las
mujeres.
Todos reían, y Claudio también, porque en
el fondo le gustaba que en el grupo se le considerara alguien de valía. Era
simpático y sabía aprovechar cualquier posibilidad de mejorar su situación
donde otros no habrían visto nada. A esta capacidad de “llevar el agua a su
molino” él la llamaba “ser previsor”.
Por razones geográficas y de trabajo los
amigos dejaron de frecuentarse, aunque se visitaron algunas veces, muy pocas,
con sus respectivas esposas.
Un día Víctor recibió una llamada de Claudio. A este no le iban bien las
cosas. El gabinete donde hacía años trabajaba debía cerrar. Él sabía que Víctor
había llegado a tener su propio gabinete. En la capital todo el mundo lo conocía como el abogado que siempre gana. Sus éxitos
muchas veces eran tema de noticieros nacionales. Con tan brillante situación,
le pareció que estaba en el deber de ayudar a su amigo.
Habló con su colega y Claudio comenzó a
cooperar con ella, ocupándose de los casos de divorcio. Con su simpatía
habitual, no le fue difícil ganarse la confianza de Susana. Esta trabajaba con
Víctor desde hacía un año, porque la actividad era demasiada para él solo.
Todos querían resolver sus graves problemas de justicia y Víctor era una
verdadera garantía. También estaban los litigios de herencias, divorcios y
otros pleitos que Susana podía solucionar.
Sin consultar con Víctor, Claudio comenzó
a arreglar muchos de los asuntos de los que se ocupaba Susana. Además de como
colegas, se veían en reuniones familiares y fiestas. Susana fue presentándole
algunos amigos suyos y, muy pronto, Claudio se sintió en su nueva vida como pez
en el agua.
Esta exagerada complicidad alertó a
Víctor. Él sabía que “El Caudillo” era previsor, como él mismo decía, y que
Susana soportaba mal ser una empleada, aunque por delicadeza Víctor siempre la
llamó su asociada.
Comprobaba, que tanto Susana como Claudio
se utilizaban por razones diferentes, pero con un objetivo común. Claudio creía
que Susana podía ayudarle a consolidar su posición con la clientela. Ella, que
con él llegaría a ser una verdadera asociada. Claramente, Víctor estaba siendo
traicionado por su amigo. Decepcionado. Pero hombre avisado, conocedor de la
personalidad de los aliados, sabía que esa unión terminaría, según decimos los
cubanos, “como la fiesta del Guatao”.
(Históricamente, la fiesta del pueblo
del Guatao comenzó con música y acabó en pugilato)
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